La Degradación Moral de la Sociedad Panameña.

Tuve la gran fortuna de haber nacido en una cuna de oro; pero no el oro que tiene precio, por el que se matan los seres humanos y van a la guerra naciones enteras. El oro de mi cuna era inmaterial. Primero, un susurro que salía de los labios de mis padres; para convertirse luego en un ejemplo de vida. Mi madre me enseñó el significado de la dignidad y, nos advertía, que el día que la perdamos, nos convertiremos en seres vegetativos. Por su parte, mi padre nos enseñó a caminar sobre ese angosto camino de la integridad, rodeado de fango. Pero no solo ellos: mi tío Carlos Iván Zúñiga guió mis pasos sobre las sólidas piedras de la insobornabilidad y, para rematar, mi abuelo materno, Cristóbal Araúz, a inculcarme que el precio de los hombres dignos no existe. Eran épocas en las que la sociedad se volcaba sobre unos principios, hoy en vías de extinción: los valores cívicos y morales.

Seríamos injustos si le achacamos la degradación moral que hoy vive nuestra sociedad a un solo individuo. Tal vez, su importancia estribe en que los ha destapado. Me preguntaba una alumna de una universidad, a quien le mandaron a leer mi última novela, El Alumno, que cuál era la enseñanza ética de esa novela. Yo le pedí su parecer. Me contestó que era absurdo que una persona con todos los pecados capitales pudiera haber llegado a ser Presidente de un país. No solo me gustó su respuesta, sino que me sorprendió. Hoy en día, los antivalores gobiernan. Antes se premiaban a los mejores. Hoy son las escorias las que ascienden a los puestos de mando y jurisdicción. Antes, la gente decente les rendía homenaje a los gobernantes probos. Hoy, ya no solo no hay gobernantes probos y la gente decente se diluye, se atomiza, se esconde, avergonzada, lo que permite que la depravación tome las riendas de la sociedad

Más profunda que la crisis política que tiene a los panameños sin brújula, y más profunda que la económica, que cada día comemos menos y comemos mal, los cimentos éticos y morales de la sociedad se han degradado. ¿Cuáles son las referencias que tiene la juventud de hoy? Se aplaude la promiscuidad, el alcoholismo, la drogadicción, el narcotráfico, el cinismo, la mentira, el chantaje, porque esos son los ejemplos que ve en los que mandan. La coima para sus propios hijos y los amigos de los hijos es la forma más fácil de hacer fortuna. Las denuncias de corrupción que salen a diario en algunos medios y en las redes sociales, se ven como trofeos de guerra, lo que motiva a los gobernantes a continuar en sus interminables festines.

Pero todo está hecho para que nadie cambie. Ya empiezan las campañas proselitistas del 2014 con las mismas reglas de juego. Todo seguirá igual. La fugaz alegría que me dio, hace poco, al ver al pueblo entero en las calles sin banderas de ninguna clase, se esfumó. Es que no se ha entendido que la llamada Sociedad Civil, integrada en su mayoría por ONG, son agrupaciones, casi siempre financiadas por las transnacionales con el objeto de corregir algunos excesos del sistema, sin cuestionar las buenas intenciones de algunos de sus dirigentes.

Los panameños hemos entrado en un callejón con pocas salidas. Cada vez que surge un conflicto, aparece un grupo emergente. “¿Para dónde van?”, “Para donde va la gente”. La sociedad, como tal, no ha podido elaborar un objetivo aglutinador. De allí que convocar una marcha aquí, otra allá, lo único que persigue es el desgaste. Mea culpa para los que promovemos una Constituyente Originaria: no hemos sabido vender bien el producto. Se trata de un nuevo pacto social entre los panameños. De una nueva institucionalidad. De una revolución pacífica. A este nuevo pacto social le temen los gamonales: los dueños del Gran Capital. Los que ponen a los candidatos de los partidos políticos en las elecciones. Los dueños de los grandes medios de comunicación masiva. Los que se aferran a que en Panamá se le brinden todos los beneficios a las grandes Transnacionales y al Capital Financiero para que continúen explotando nuestros recursos y a nuestra gente. Por su parte, la gente continuará al vaivén del viento. A la espera de un mesías que no llegará.

Por: Mauro Zúñiga Arauz.

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