El recuerdo de un mártir Aguilucho

Por Alberto Velásquez.

Los panameños dignos  conmemoramos la gesta de enero de 1964. Un evento de historia trágica en su momento, pero que hoy día constituye uno de los acontecimientos que identifica plenamente el espíritu de lucha del pueblo panameño.

Como periodista fui protagonista, en el centro de los acontecimientos, de las principales escenas en lo que es hoy la Avenida de los Mártires y sus alrededores.

Como parte de las acciones de cobertura me había trasladado al Cuarto de Urgencias del Hospital Santo Tomás, desde allí reportaba la llegada de los muertos y heridos.

La masacre se informaba con estupor, cumplía una labor profesional que me  sacudía en lo más profundo de mis sentimientos.

Uno de los momentos más estremecedores fue cuando vi  llegar, con una profunda herida que le atravesaba el vientre de uno a otro lado, y  con las vísceras afuera, de mi amigo de infancia, Víctor Manuel Iglesias, “Totito”, que aún  todavía vivo se quejaba por el fuerte dolor. Pude despedirme de él antes de que muriera. Pero los acontecimientos se precipitaban y lo reportes de prensa  los continuaba. Como Jefe de Redacción del Diario El Día, me regresé al periódico para cerrar planas a medianoche.

El Diario El Día respondía a los intereses del Partido Republicano, dirigido por la familia Del Valle, Marcel Penso, Neneito Pino y otros políticos de la época, quienes habían responsabilizado de la línea del periódico a Fabián Velarde, quien  ejercía el periodismo.

En la redacción se manejaba nerviosamente el origen y el desenvolvimiento de los hechos. Para los dueños del medio los acontecimientos no estaban claros. La línea del Partido Republicano era conservadora. En la cobertura de algunos hechos noticiosos con alguna frecuencia tuvimos algunos contratiempos.

Los muertos se multiplicaban y a los institutores, principales autores de la lucha desigual contra las balas y bayonetas del ejército norteamericano, se  sumaban muchos hombres y mujeres que brindaban su pecho en la lucha por lograr una verdadera y justa soberanía sobre la zona del canal.

Así como lo había hecho Víctor Manuel Iglesias, único institutor hasta ese momento muerto, los panameños estábamos  consternados y solidariamente unidos en esta lucha desigual.

Sin embargo, en la mente de algunos políticos ultra conservadores, y muchos de ellos sujetos a los mandatos y caprichos del gobierno norteamericano, comenzaron a desvirtuar las informaciones, aduciendo que todo era producto de las tendencias comunistas del momento.

El hecho llegó a tal punto que en horas de la madrugada, en la redacción, el vocero del Partido Republicano desmanteló nuestra primera plana, en ausencia del Director e impuso un titular acusando a los comunistas de ser los causantes de los acontecimientos. Pero los hechos eran tan evidentes,  que se  trataba de una protesta estudiantil por el incumplimiento de un pacto, que las banderas panameñas y norteamericanas ondearan por igual, que tuvieron que hacer los cambios y publicar una primera plana más objetiva.

Los 21 mártires del 9 de enero ya se conocen. Pero en el caso de Víctor Manuel Iglesias, o Víctor Manuel Cerón, como también se llamaba, el impacto de su muerte será imborrable en mi memoria.

VICTOR MANUEL IGLESIAS, SANTANERO

MÁRTIR DEL NUEVE DE ENERO DE 1964

“Totito” fue todo un personaje desde muy niño. Tuvo un origen, para muchos que compartimos parte de su niñez, un tanto enigmático. De pronto desaparecía. En Calle F del barrio de Santa Ana pasaban semanas sin su presencia. Nunca sabíamos adonde se iba. Tenía una especial personalidad, casi era adulto desde muy pequeño. Se aparecía de pronto e inmediatamente intentaba asumir un liderazgo que naturalmente tenía pero que yo se lo disputaba porque era como una veleta, que iba y venía. En cambio, yo permanecía en Calle F, codeándome con Boris, Eduardo y Fredy Blanco, y también Rica, Toto, mi hermano Millo y los hermanos Alemán como Alex, Millo, Beto y otros más de lánguidos recuerdos.

Sobre Totito ni el nombre completo  se sabía. Llegaba y de pronto se daban nuevas vivencias en la Calle F. A veces cargaba un sencillo en los bolsillos del cual todos disfrutábamos. Pero también era uno de los que lideraba nuestras correrías por calle 14, 15 y 16, el Parque de Santa Ana y otros lugares del barrio en donde hacíamos nuestras travesuras, que hoy día, aproximadamente sesenta años después, solo quedan en el recuerdo como juego de niños inocentes y sin consecuencias.

En una ocasión, sin recordar por qué, nos enfrentamos a puño limpio. Fue en la misma calle F, frente a la casa Número 7, en donde yo vivía en la parte de arriba y sus tíos en la planta baja, Doña Olga y su abuela. Peleamos, nos dimos duro. Pero Totito tenía una cabeza grande. Y dura. Esto me produjo hinchazón en los nudillos y desgarres en ambas manos. Se me hincharon. Mi mamá, Emilia, tuvo que llevarme a la casa de un señor que daba masajes en San Cayetano, en un callejón que unía las calle 16 con calle 17, que desembocaba en la parte de atrás del Oratorio Festivo. El señor, que era ciego, no era la primera vez que me sobaba las manos para aliviar los golpes y las quebraduras de huesos y carne en las manos.

Con el tiempo Totito y yo nos convertimos en grandes amigos. Seguía desapareciéndose y ya adulto de vez en cuando nos veíamos recordando aquellos buenos tiempos de nuestra niñez y adolescencia. Víctor manejaba entonces un busito, de esos cortos que había antes, por los años cincuenta y sesenta, de la ruta Rio Abajo-Santa Ana. Yo, por mi lado, escogí la ruta del periodismo. Prácticamente no veía a Totito y sabía muy poco de él. Pero a pesar de la distancia y el tiempo nos sentíamos como buenos y entrañables amigos.

Durante los sucesos del 9 de enero yo era Jefe de Redacción del diario El Día. Guillermo Rodolfo Valdés era el Director. Era un diario que financiaban principalmente los Delvalle y Marcel Penso. Respondía al Partido Republicano.

Cuando se dieron los primeros acontecimientos, al final de la tarde, Guillermo y yo cubríamos personalmente los hechos sobre la 4 de julio, entonces, en el cruce frente a Servicios Lewis y la piscina de una escuela que funcionaba en ese lugar. Valdés, en vista de que se daban noticias de varios heridos por las balas del ejército norteamericano me sugirió que me fuera a cubrir los heridos que llevaban a urgencias del Hospital Santo Tomás. Hacia allá me dirigí.

Desde el puesto de la policía vi llegar y reportaba al periódico los heridos, todos de bala. El cuerpo se me sacudió, a pesar de estar curtido por mi carrera de periodista, cuando vi llegar a Totito, con una seria herida en el vientre, con los órganos casi desbordándose a la vista. Se revolcaba por el dolor y a duras penas logré decirle “Aguanta Totito, tú eres valiente”. Balbuceó. Se revolcaba del dolor. No pudo contestarme. Minutos después moría. Era Víctor Manuel Cerón, o Víctor Manuel Iglesias, uno de los mártires de enero que hoy reposan en el Jardín de Paz.

La vida hizo que lo conociéramos desde muy niño. De fuertes convicciones nacionalistas que siempre demostró cuando ya era mayor. Había abandonado el busito que manejaba para unirse a los miles de panameños que esa noche del nueve de enero defendían la patria, ofreciendo su pecho desnudo, con arrojo y valentía.

Esa noche Carlos Velarde,  a pesar de sus convicciones, tuvo que romper la primera plana del diario El Día que  titulaba los acontecimientos como un objetivo provocado por los comunistas. El titular reconocía el sentimiento patriótico y el coraje  de los hoy mártires como  mi amigo “Totito“.

Nota de R.A.Ríos T.: Alberto Velásquez, es un institutor de toda la vida. El 3 de noviembre de 1959 fue testigo, como periodista, de la violencia policial de los zonians, en la Marcha Patriótica que dirigimos por la Avenida 4 de julio, hoy Avenida de los Mártires.

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