URGENCIA DE UNA LEY GENERAL DE CULTURA

Por Omar Jaén Suárez, doctor en Letras y Ciencias Humanas, geógrafo,
historiador, diplomático
Panamá, 16 de mayo de 2020
Hace ya veintiséis años el jurista Jorge Fábrega Ponce propuso, junto con
mi persona, la creación de un Ministerio de la Cultura. El año pasado el
nuevo gobierno cumplió ese objetivo. Queda ahora la tarea de adoptar
con urgencia una Ley General de Cultura que sirva, además, para resolver
de manera sensata los problemas que ya enfrenta dicho ministerio y lo
conecte mejor con la sociedad total en vez de enfrentarse a los grupos
privados que exitosamente suplen las carencias estatales.
Desde el 1994 decía que la modernización del Estado panameño era una
de las grandes tareas colectivas cuyo objetivo debería fortalecer a nuestra
nación, engrandecerla y producir un mayor bienestar de los individuos y
de la sociedad entera. Sectores importantes de la actividad nacional
merecen una atención especial del Estado, concebido como entidad
arbitral y promotor del mejoramiento global, depositario de los valores
más permanentes de todo el cuerpo social, guardián del patrimonio
nacional. Pero dentro de este patrimonio existen planos diversos y
categorías distintas situándose, en la cima, el patrimonio cultural, suma
de todos los bienes tangibles e intangibles que hacen de una sociedad
específica un ente verdaderamente humano, universal y a la vez singular.
Reflexiones semejantes llevaron, desde la década de 1950, a Estados y
sociedades más adelantados en el campo del desarrollo espiritual y con
mayor profundidad histórica, a la creación de entidades especializadas,
instituciones públicas del más alto nivel jerárquico, responsables por el
tema de la promoción cultural y de la salvaguardia del patrimonio
nacional que constituía los fundamentos del alma de la sociedad: el
patrimonio histórico y cultural. Surgieron así los Ministerios de la Cultura
que no sólo cumplen desde entonces su misión de rescatar, desarrollar y
poner en valor un patrimonio invaluable sino también de dar especial
lustre, esplendor y grandeza a los Estados nacionales en donde fueron
creados.
Nosotros no hemos sido insensibles a esta evolución de la
institucionalización de la cultura en otras latitudes y el desarrollo de estos
conceptos llevó, en Panamá, hace ya cuarenta y seis años, a la creación de
un Instituto Nacional de Cultura bajo la dirección inolvidable del maestro
Jaime Ingram Jaén y la colaboración de la doctora Reina Torres de Araúz.
Dicho ente estatal, con todas sus limitaciones materiales y humanas, ha
llenado un cometido respetable y apreciado y ha salvado de lo irreparable,
parte sustancial de nuestro patrimonio histórico y cultural gravemente
amenazado por la negligencia, la indiferencia y la ignorancia.
Hoy, en momentos en que la nación panameña se debate en una profunda
y casi insondable crisis moral en el sentido más amplio, que toca la esencia
misma de la identidad colectiva y pone en gravísimo peligro el
funcionamiento de un Estado nacional sano, buscamos instrumentos y
herramientas para superar nuestro presente y forjarnos un destino a la
medida de nuestras posibilidades y de nuestros merecimientos. Pensamos
en instrumentos políticos, en herramientas económicas y sociales y en
instrumentos institucionales. Buscamos un proyecto nacional con una
verdadera integración vertical y horizontal, social y territorial de todo
nuestro país, reconciliado consigo mismo, unido solidariamente, dirigido
hacia el futuro. Qué mejor instrumento que la cultura para encontrar
nuestro camino. Qué mejor herramienta que el cultivo de nuestro
hermoso patrimonio cultural y su acrecentamiento con los aportes
inapreciables de lo universal para crearnos un porvenir.
Después de este momento coyuntural de crisis sanitaria, política,
económica y social, debemos enfocarnos en lograr que nuestra sociedad
progrese, que se encamine por un mejoramiento en todos los campos y
en particular en lo espiritual. Que se dé un renovado optimismo y se
fortalezca un sentimiento nacional asentado sobre experiencias comunes
históricas y humanas, basado en un proyecto positivo antiguo o más
reciente de fortalecer una nación con sus rasgos particulares geográficos
por supuesto, pero también sociales y espirituales. Para lograrlo, debemos
tomar iniciativas contundentes con el propósito de elevar la promoción
cultural a otros rangos y a otros niveles, para ponerla a la altura de los
tiempos.
Ha llegado el momento de adoptar una Ley General de Cultura
inteligente, equilibrada y sensata, de acuerdo con las necesidades de una
sociedad libre, definida por identidades múltiples, asentada desde hace
cinco siglos en un cruce de caminos universales. Una ley de cultura para
lograr un Estado y un gobierno modernos, verdaderamente
democráticos y laicos, incluyentes, que nos liberen de mitos,
supersticiones y discriminaciones, que propicien el cultivo de la
educación de calidad, la ciencia y la razón y que fortalezcan nuestro
sentimiento y acción de libertad individual y colectiva

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