LOS PATRIOTAS ESTAN VIVOS. Manuel Orestes Nieto

El Canal de Panamá y sus áreas revertidas son tierras y aguas recuperadas durante más de un siglo por mártires, héroes y generaciones patrióticas que dieron su sangre y dolor sin límites por tener un país con un sólo territorio integrado y soberano. No hay cima histórica más alta lograda por nuestro pueblo. El alma nacional tiene en esa epopeya colectiva su más noble orgullo concentrado, su corazón diamantino, su mayor gloria. El Canal es una conquista de todos y su potencial de riqueza debe tener -y aún no lo tiene- el mayor uso colectivo posible; ser fuente de bienestar compartido y contribuir a construir el país de la equidad sin pobreza. No es para unos pocos, ni para avivatos o ambiciosos, no es un patrimonio caprichoso de nadie, ni siquiera de quien transitoriamente esté al frente de la nación.

Es un desvarío ir a contravía del sentimiento profundo del panameño, quien sabe perfectamente y con gratitud que al general Omar Torrijos le correspondió culminar la jornada final por la devolución de la vía interoceánica y el fin del colonialismo en nuestra tierra. Hazaña tenaz que nadie puede regatearle, ni la mezquindad puede menoscabar. Su liderazgo libertario es de la casta de los grandes dirigentes del continente que nos han dejado legados imperecederos y luces que siempre alumbran. Ofender con absoluta conciencia y rabia a un patriota que murió en el servicio a su país es realmente deplorable. Si al presidente Varela se le enredó la lengua -cosa que dudo mucho- o quiso dañar con saña la memoria de Omar -cosa que más bien creo- sólo quedó evidenciado que no se debe injuriar a quien ya tiene un sitial en la historia. Presidente: ni en chino podrá usted explicar ahora que la embajada ya no será edificada en las riberas del Canal; usted mismo ahogó en su cuna esa posibilidad, con el agravante, además, de hacer alusiones hirientes y lamentables sobre Omar Torrijos, quien al fin y al cabo, es el general que trajo independencia, libertad y conquistó el propio Canal para quienes son sus legítimos dueños: el pueblo de Panamá, sin pedir nada a cambio, como parece ser el único fin perverso de los mercaderes de estos tiempos

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