De villanos, paladines y villanitos: guerra de clases.

Por Roberto Antonio Pinnock Rodríguez

En el último tercio del siglo XVIII, Inglaterra daba un giro definitivo hacia la prohibición moral y penal de ser propietario de esclavos (English court of King's Bench, 1772). Esto, sin duda tuvo una repercusión en las colonias, particularmente EUA, ofreciendo una motivación adicional para que sus paladines de la independencia —los traficantes de esclavos, en primera línea— impulsaran la primera revolución en nuestro continente.

No faltaba más, la abolición de la esclavitud daría al traste con los prósperos negocios basados en esta forma de explotar al ser humano. El propio Washington era un esclavista tabacalero de Virginia.

Después de la Guerra de Secesión, asesinado Lincoln, estos explotadores, columna principal de la prosperidad y poder norteamericano, reintrodujeron una condición constitucional —al buen estilo de la irónica ‘ley de los pobres' del imperio británico del siglo XVII— donde se hizo efectiva la criminalización de la vida de los negros. La misma,   consistía en que se detenía a todo varón negro que estuviera desempleado, acusado de
‘vagabundeo' o hasta de ‘intento de violación' de una mujer blanca, con solo mirarla.

Una vez encarcelado, ‘tenía pocas oportunidades de escapar del sistema de esclavitud con otro nombre' (Blackmon, 2009). Esto, en buena medida, dio lugar a la base perfecta para que se diera la revolución industrial de EUA, dada una mano de obra dócil, impedida de poder hacer huelgas por condiciones y pago infame de salarios que otorgaban los grandes
‘prohombres' inversionistas de ese país. (Ver Chomsky, 2016). Moraleja, Detrás de todo acto político de un villano, está la distorsión de la historia creando a un paladín y a la vez, convirtiendo a los verdaderos paladines en villanos, a través de su criminalización.

Es el tipo de acusaciones que nuestras autoridades estatales, en pleno siglo XXI, hacen respecto de quienes incurren en protestas por sus derechos humanos individuales, sociales y ecológicos, llámense moradores urbanos informales, indígenas ngäbes o nasos-teribe, moradores de áreas revertidas, campesinos bananeros o productores agropecuarios comerciales.

Frente a estos últimos movimientos, el cinismo de los que llevan las riendas
gubernamentales ha sido de tal magnitud, que se ha vendido la idea de que son estos trabajadores y productores independientes los que incurren en delitos. Así que, de paladines que son defendiendo sus derechos —y el de la seguridad alimentaria de todo el país— se les convierte en villanos.

La pregunta que los campesinos bananeros de Puerto Armuelles hacen es, ¿cómo es posible que se les criminalice por haber puesto a producir tierras abandonadas por más de 15 años? Respuesta real, no dicha por las autoridades: Es más importante congraciarse con hacer valer el interés de los grandes villanos, como es la corporación Del Monte —camuflada como BANAPIÑA—, porque de esto, las autoridades políticas sacan una
pequeña tajada. Esto, los convierte en villanitos, al tener solamente una porción minoritaria de las rentas que se generarán en favor de dicha transnacional, a costa de garantizar, cual grandes villanos, el despojo a los trabajadores baruenses. Estos mismos ‘villanitos', prima donas en todos los partidos políticos tradicionales del    espectro electorero panameño, siempre han desempeñado el mismo papel; generalmente han seguido el mismo libreto de la trama de la guerra entre clases sociales.

La última desfachatez de esta especie de villanitos, la escenificó el ejecutivo, que  criminalizó a líderes naturales del movimiento de productores agropecuarios, luego de que protagonizaran intercambios violentos con el titular del ramo en Divisa, como respuesta más que obvia, ante el incumplimiento de acuerdos que tienen años de haberse pactado, no
únicamente con este gobierno.

Y no es que solo se trate de pactos per se', sino de compromisos que tienen que ver con la sobrevivencia como clase social, en este caso, de seguir siendo trabajadores autónomos o productores independientes del campo.
Así, la sobrevivencia de estas clases agrarias está en contradicción con el interés de los grandes inversionistas comerciales que se benefician de las importaciones de alimentos producidas por otros grandes potentados localizados fuera de nuestro país, principalmente, en Norteamérica.

Los gobernantes —villanitos que buscan congraciarse con los dueños de la economía local e internacional— continúan subestimando la capacidad de respuesta de las clases trabajadoras agrarias. Aunque, como bien dijera hace poco mi colega Milciades Pinzón, ‘El hombre del campo aprendió que por la vía del diálogo infructuoso no podrá solucionar sus problemas. Quedan avisados, politiqueros de siempre'.

SOCIÓLOGO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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