Venezuela: paz y negociación justa entre venezolanos. Por Julio Bermúdez Valdés

Hay una sola cosa que hace posible el protagonismo del diputado Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y quien el 23 de enero pasado se autoproclamara presidente de ese país: el espectacular respaldo de Estados Unidos, y de los países que han actuado detrás de él, entre ellos Panamá.
  Lo de autoproclamarse es así, literalmente, por cuanto no hubo un solo órgano de ese Estado que lo juramentara para el cargo, y tampoco existe fundamento constitucional alguno para tal procedimiento.
Hasta el 22 de enero, es decir, hasta el día anterior a su juramentación Guaidó carecía de la exposición y la acumulación de figuras como la del dos veces candidato presidencial Henrique Capriles, o de María Corina Machado, dirigente de “Vente Venezuela”, o de Leopoldo López de “Voluntad Popular”.
Lo cierto era que la oposición venezolana transitaba por escenarios difíciles, por confrontaciones internas y denuncias que le impedían presentar un frente común en torno a figuras unitarias.
Presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, la legalidad Guaidó se ha convertido en la tabla de salvación de las fuerzas opositoras internas; en la única figura capaz de garantizar con ciertas ventajas y posibilidades de éxito, las demandas opositoras.
Cuando en menos de 24 horas el vicepresidente norteamericano Mike Spence lo reconocía como presidente legítimo de Venezuela, colocaba a disposoción de Guaidó al ejército de Estados Unidos, a todos los aliados de Washington en la región, y esta semana a entidades occidentales como la Unión Europea y la Internacional Socialista.
Es eso, no otra cosa, lo que ha potenciado el protagonismo de Guaidó, pese a que ni el Grupo de Lima hace mayoría en la Organización de Estados Americanos, ni la Unión Europea lo es en Naciones Unidas.
Si hay algo que ha caracterizado siempre las incursiones norteamericanas en cualquier escenario ha sido la rigurosidad de sus balances, pero hoy Washington y las fuerzas opositoras venezolanas parecen apostar, no sin razón, a otros factores.
Por ejemplo, al entorno o presión internacional, a las sombras militares tanto de las tropas de Estados Unidos como de ciertos ejércitos de la región, pero sobre todo a la asfixia económica.
No hay nada que, en ciertos pueblos latinoamericanos, produzca, hasta ahora, más réditos políticos que rendirlos por hambre e incertidumbre, y esa parece ser la estrategia contra Caracas. ¿Y si no se rinden por hambre, ni por presión, ni por que Guaidó haya pedido la “ayuda militar humanitaria?
Las carencias en ese país son notables, no son un invento, pero es acaso falso que las medidas económicas contra Venezuela datan de hace 20 años, los mismos que lleva el chavismo en el poder, que en ese mismo periodo ha sido un régimen acosado. La escasez también es una realidad en la Venezuela de hoy, en las que coexisten prácticas de corrupción en el propio gobierno de Maduro
Claro que, para no incurrir en una doble moral, la pregunta sería ¿si en el caso de Venezuela la corrupción constituye motivo para el derrocamiento de un régimen, ¿qué habría que hacer con otras naciones que en la región no escapan al flagelo? ¿Se podría responder de la misma manera como se responde hoy a Venezuela?
Es evidente que en el caso de Venezuela hay un componente político que, en otro momento, como en 1989 sirvió para ignorar el asesinato de tres mil venezolanos en un día cuando el llamado “caracazo”, cuando dirigían ese país los que hoy gritan desde el extranjero contra Maduro.
El otro problema que está planteado para este escenario es por qué con todo lo que se ha dado hasta ahora Caracas no cae. Alguien podría ensayar la respuesta fácil de que Rusia y China están detrás. Carecería de rigor insistir, a estas alturas y en medio de tanta presión, en que Maduro no tiene respaldo dentro de Venezuela.
Pero hay un componente que n se puede obviar. El mismo día que Guaidó se autoproclamaba, también Maduro recibía a millares de simpatizantes en las calles. Y pese a los ofrecimientos de amnistía, todavía hoy las Fuerzas Armadas no han restado su apoyo a Maduro.
Esos simpatizantes y esos militares son, en honor a la verdad y la oposición lo sabe, lo que sostiene a Maduro y al gobierno chavista.
 Es comprensible que tanto Estados Unidos como la oposición venezolana echen hoy “toda la carne al asador”; es una inversión solo proporcional al gran premio que puede significar controlar la primera reserva mundial de petróleo, y que es lo que puede estarle dando la razón a quienes creen que Estados Unidos invadirá ese país.
Aún hay espacio para que este asunto se resuelva entre venezolanos. Sería lamentable ignorarlo. No estuve, no estoy ni estaré de acuerdo con una invasión a Venezuela. (JBV)
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