Un capricho que enloquece

Un soberano antojo, deseo caprichoso, que casi enloquece, el que mueve al presidente Varela en la imposición de las dos magistradas a la Corte Suprema de Justicia, muy a pesar del rechazo de una amplia mayoría de toda la sociedad panameña.

No se trata de una mera ocurrencia, sino de una vía que; contrario al sentido común, pone en peligro la convivencia pacífica de los panameños. Y es que la Justicia es el hambre nacional que todos padecemos. La evidencia más notoria de la falta de justicia en Panamá, son los altos niveles de violencia que nos arrastran hacia un precipicio del que es muy difícil salir de tal vorágine.

Imponer a dos magistradas adocenadas para deleitar el encubrimiento y blindarse del alcance de la justicia, no contribuye a crear el ambiente que deberíamos estar trillando antes de un evento internacional que el gobierno ha promovido y que debe encontrarnos unidos como nación, lo cual destaca el capricho como altamente irresponsable.
Pensar que el Ejecutivo es el único actor en la escena de la coyuntura nacional y que los demás debemos abdicar a nuestros derechos ciudadanos y renunciar también a vivir en un Estado de Derecho, en donde la Ley sea respetada y todos nos sometamos a ella, es algo grave y penoso que denota falta de razón y acaso desvarío evidente, que parece afectar a los que ejercen el poder público, tal vez por algún virus que pulula en la silla presidencial del Palacio de las Garzas.

El discurso de antes de ayer, del presidente Varela, falto de desprendimiento, no obstante amenaza y al mismo tiempo convida a una unidad, solo si le permiten a él salirse caprichosamente con la pretensión de dominar la Corte con adocenados y en desprecio olímpico a grandes profesionales del derecho, que sin embargo, al no ser acólitos, son descartados, porque le temen a quienes no pueden someter en su pensar. El aporte de Varela a la coyuntura nacional es que; casi todos coincidimos ahora, en que el sistema de nombramiento de los magistrados de la Corte Suprema ha colapsado irremediablemente y esa realidad es insoslayable.

Juzgar a la corrupción y a los corruptos, no puede ser una tarea sesgada que exonere a algunos y a otros los incrimine. La corrupción debemos enfrentarla con firmeza y sin miramientos. No podemos considerar que fondos corruptos, aunque sean donados, buscando favores posteriores desde el Estado, que además los han conseguido, dejan de ser dinero mal habido y fruto del árbol envenenado.

*¡Por un país decente y una patria para todos!*
¡Así de sencilla es la cosa!
*José Dídimo Escobar Samaniego*

Cédula: 7-84-41

Jueves 4 de enero de 2017

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