ABOGADO
Periodistas y columnistas somos comunicadores. Quienes ejercemos de columnistas, emitimos una opinión, versión personal y crítica de un hecho, y por ende, discutible. Rara vez tenemos título de periodista. Lo considero oficio noble y lo he vivido de cerca a través de mi padre, mas, no soy periodista. Éste consagra en su espíritu la tarea fundamental de informar. En su ejercicio, busca la verdad para entregarle a la sociedad las novedades del día a día.
Compartimos con la profesión varios elementos. Me refiero a tres: la función de orientar, la prohibición de ser aburridos y la búsqueda de una objetividad escurridiza.
Comunicadores y Poder llevamos siglos de tensión. Gobierno tras gobierno escuchamos el reclamo de que los medios no reflejan la verdad, que no somos objetivos.
En el columnista, la subjetividad es dable. En los colegas periodistas, la objetividad, una aspiración. En su búsqueda, los últimos analizan la realidad que circunscribe, desde sus alcances éticos. Así miran ésta, la realidad, a través del prisma de preservar la libertad de expresión y el derecho a la información.
Tanto al periodismo como al columnismo toca fiscalizar el desempeño de los poderes públicos y privados y denunciar cuando se comenten excesos, violaciones a la ley o se restringen libertades públicas. Tareas nada sencillas y menos fáciles de realizar, sobre todo si cumplen con decoro o en condiciones adversas que hasta ponen en riesgo la vida.
La ética periodística es esencial, si pensamos en la responsabilidad social que conlleva satisfacer la exigencia de hacer oír la voz de quienes necesitan ser escuchados, sin que ello implique erigirse en pontífices infalibles y propietarios exclusivos de la verdad. Tampoco hace falta injuriar o calumniar.
Por ello, el periodismo puede provocar un daño social con la manipulación deliberada de un hecho periodístico; las medias verdades, que son peor que las mentiras; la no distinción entre lo frívolo y lo esencial de una noticia o un reportaje; o, tomar la sabia decisión de brindar más espacio al análisis de una noticia que a las veleidades del personaje que la protagoniza. Este columnista ha sido, precisamente, víctima de lo que aquí se expresa.
Ahora que los avances tecnológicos han ampliado en incalculables proporciones la disponibilidad de información en general, se plantea una interesante discusión en cuanto a la calidad de la que un medio pueda ofrecer a sus lectores.
De modo que existen allí en esta coyuntura, argumentos sólidos de análisis, porque, por una parte, el periodismo está ligado a los postulados éticos que hacen la diferencia entre el serio y responsable y el amarillismo informativo y, por otra parte, en periodismo y columnismo existe el reto de orientar la sociedad y cobijar sus exigencias basado en la información veraz.
De esta reflexión también se desprende lo relacionado al acceso a la información. Cuando se trata de la que tiene derecho el público, es el pulso entre lo que a veces se quiere ocultar desde las instancias del poder, sea público o privado, económico o social, y el derecho a la información que tiene toda sociedad y todo individuo.
Aquí entra la relación controvertida y necesaria Gobierno—Prensa, partiendo del periodismo como defensor y activo constructor de los valores democráticos, sin los cuales, no es posible asimilar la noción de una prensa libre. O para decirlo de otra manera, creo que nuestras democracias y los gobiernos se miden por el tamaño moral y presencial del que hoy dispone la prensa libre y el terreno ganado en el ejercicio de la libertad de expresión.
Panamá no ha sido ni ajena, ni esquiva a dicho contrapunteo, y en su desarrollo, han quedado a la luz los defectos que caracterizan toda democracia; pero también ha generado la conciencia social necesaria que nos ha involucrado a todos en la búsqueda, implementación y aplicación de políticas públicas de transparencia, promovidas desde escenarios diversos como las organizaciones que encarnan la sociedad civil, los partidos políticos, los propios medios y las instituciones democráticas.
Trabajar por la transparencia en el acceso a la información pública, como dicen los estudiosos, implica la práctica democrática de colocar la información gubernamental en la vitrina pública, para que la gente pueda revisarla, analizarla y en algún caso, usarla como mecanismo de sanción.
Hay razones suficientes para creer y amar a nuestra democracia. Una de ellas es el celo con que la sociedad panameña cuida la libertad de expresión para promover una auténtica cultura de paz. Nos parece que lo que las sociedades reclaman son equilibrios y, para lograrlos, hay que hacer de la autocrítica un instrumento de uso continuo.
La libertad de expresión conlleva responsabilidades mayores para el conjunto del Estado, sobre todo para quienes ostentan el privilegio de ser informadores, formadores de opinión y educadores de la sociedad y que desde sus fortalezas gubernamentales, inciden o llegan a incidir en la personalidad, por así decirlo, de las conductas colectivas. ¿Acaso la gente no es el fin del periodismo y no un medio?
Éstas son apenas reflexiones hacia un propósito común, la excelencia del periodismo y columnismo, su rol de promover asuntos de interés ciudadano como el acceso a la información, y su responsabilidad social en la construcción de sociedades democráticas y en la promoción de la cultura de paz.
Finalmente, si bien es cierto no faltan amenazas a la Libertad de Expresión y hay sucesos en nuestro país que empañan esta conquista y derecho de nuestro pueblo, el vigor del periodismo y columnismo nos hace pensar que su fortaleza es superior a cualquier amenaza, y que somos capaces de defenderla y promoverla en beneficio de nuestro pueblo.