Memoria, Identidad o Mercaderes

Manuel Orestes Nieto

Poco a poco, una aparatosa mentalidad mercantilista se ha ido instalando en el corazón mismo del esfuerzo histórico de construcción de la nación panameña. Es tal la brusquedad por imponerle a la sociedad su pragmático modo de pensar y su modelo de actuar, que impacta directa y negativamente a lo que ha sido la forja de nuestra identidad.***  Valores asentados y entrañables para el panameño, hoy vuelan por el aire y nos invaden con una abrumadora avalancha de atroces mensajes mediáticos o chabacanerías propias del tejido enmarañado del oficialismo.

Tal como señalara recientemente el escritor Pedro Rivera, esto parece “un plan articulado”, una forma de despojo de nuestro ser como país.  Lo perverso está en el hecho de que en “el país de los locos” esa conducta les parece natural y es hasta un escudo político.  Por ello, repito: es una manipulación deliberada –producida por el marcado interés de tener la hegemonía de la cúspide social, de ser los dueños del país, para hacer y deshacer, aún a costa de envilecer y denigrar al pueblo llano, en tiempo real, en vivo y a todo color.  “Trasgredir con impunidad” es un lema de acción del régimen; pasar la página, violentar las reglas, normas, leyes y rasgar la institucionalidad democrática, se ha vuelto un método frenético, un instrumento de un poder que aspira prolongarse a toda costa y sin resistencia.

De un tiempo a esta parte, presenciamos que se ha intensificado una tendencia que tiende al menosprecio por la colectividad.  Una continua ráfagas de hechos, aparentemente aislados, casi siempre inexplicados y consumados, se vienen sumando uno a uno, en todos los ámbitos, incluyendo  a lo que concierne a nuestra historia, identidad y cultura.

No se trata solamente de no comprender, por ejemplo, en su trascendencia más profunda lo que es un libro de enseñanza o de creación literaria; lo que aporta un escritor panameño con sus obras realizadas en condiciones nada fáciles y poco estimulantes;** lo que implica preservar un sitio histórico como patrimonio del país; lo que es un archivo documental resguardado de todo daño -como deben ser los Archivos Nacionales-  para el conocimiento de fuentes primarias de información, testimonios veraces de acontecimientos y para que los ciudadanos se reconozcan al revelarse ante sus ojos imágenes, fotografías, documentos originales, incunables publicaciones de una época determinada; o la importancia enorme que tiene la enseñanza cívica en el aula de clases; o la trascendencia que tiene saber quienes somos y de dónde venimos;  apreciar nuestras raíces formativas, saber y sacar lecciones de las heroicidades y atrocidades ocurridas, del daño causado; ponderar la resistencia y la lucha por ser nación que implicó para los panameños vivir subordinados a dos inmensos imperios (España y los Estados Unidos) y adheridos a una metrópoli (Bogotá) que  nos minusvaloraba, totalizando ese arco de tiempo unos quinientos años donde no tuvimos libertad, ni autodeterminación ni soberanía.

Lo que ocurre ahora es que ** intereses demasiados crematísticos y voraces están torciendo el alma nacional.  Con el “cambio” lo que se ha abierto es un ciclo de desintegración y no de convergencias, se ha cerrado el diálogo social y la autocracia está en expansión. Un arsenal demagógico se cierne sobre el país que aún no ha resuelto gravísimos problemas de inequidad, de educación, de salud y sobre todo de la pobreza; la riqueza se concentra frenéticamente y la miseria está allí abajo, bajo la presión de sobrevivir y con mucho desaliento, en ciudades, campos y serranías. Los mercaderes hacen fiestas en sus palacios dorados y son insaciables sus glotonerías.**  Es un mundo, en definitiva, esencialmente antinacional porque se ataca a la nación; es insolidario, drástico y sólo ve lo que le interesa ver, sus intereses.

Razón tiene Juan David Morgan cuando recientemente afirmó en una conferencia en la OEA, en Washington, que “la poca importancia que Panamá otorga a los temas culturales es uno de los vacíos de nuestra identidad nacional.”  El crecimiento económico, sin contar con una robusta cultura y un elemental respeto por nuestras herencias ancestrales, no será suficiente para alcanzar el desarrollo.  Podremos llenarnos la boca hasta la saciedad de que nos dirigimos al primer mundo; pero incultos, sin memoria histórica y con la identidad maltratada, nunca llegaremos.

Por eso, no puede quedarse como una noticia fugaz, como tantas otras, el hecho de que, por ejemplo, en la Universidad de Panamá esté la enseñanza de la historia en el borde del abismo; que sea un riesgo real y muy probable, el cierre de las cátedras humanísticas y que justamente enseñan la historia, la memoria de la nación que debemos cuidar.

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