La Corrupción

mauro murilloLA CORRUPCIÓN: UN MAL ENDÉMICO EN NUESTRA SOCIEDAD
Panamá, febrero de 2015
Por: Mauro M Murillo

“En las relaciones personales el silencio es una forma de expresión, pero ante un acto de corrupción o ilícito, es complicidad”
Considero que esta afirmación es válida, dado que a veces nos percatamos de algún hecho de esta naturaleza y por no buscarnos problemas, miramos para otro lado como se dice. Esta conducta o actitud se va generalizando en toda la sociedad como un virus contagioso, salvo raras excepciones cuyas voces quedan en el vacío, sin eco.
Esto es así, por que la corrupción no es un hecho accidental en la sociedad, está enquistado en ella como un tumor maligno difícil de extirpar, porque está enraizado como si formara parte de los genes de nuestra naturaleza humana. La corrupción tiene un peso considerable en la dinámica de las relaciones humanas, ello es así, dado que siempre ha estado presente en la historia de la humanidad, antes y después de Cristo.
Pero ante todas estas primicias, hay un hecho cierto, la corrupción es una práctica de abuso de poder, de valerse de los cargos públicos o privados, o recurrir a cualquier medio para sacar provecho económico o de cualquier otra índole, para beneficio propio, en detrimento de los demás. Por tanto, la corrupción política se da, cuando se utiliza el poder público, para obtener ventajas o beneficios ilegítimos, en perjuicio de los contribuyentes del Estado.
En nuestro país, la llamada cultura del “juega vivo”, que tuvo su origen en los barrios, creada por los delincuentes como una expresión de alerta contra la policía, o para aprovecharse de algo mal puesto o de alguna posible víctima que merodeara por el barrio en forma distraída con algún objeto de valor. A través del tiempo, esta expresión se convirtió en algo común en todos los estratos e instituciones de la sociedad panameña. El “juega vivo” se entiende pues, como “un derecho a robar y violar las normas, siempre y cuando no te pillen”.
Así pues, observamos que este antivalor adoptado por nuestra sociedad como algo común, constituye un fenómeno político social y económico a nivel mundial. Es un mal universal, que corroe las democracias en los Estados neoliberales, que promueven la individualidad y exalta el dinero como un “Dios”, que todos deben desear y adorar. Este Dios promueve crímenes, violencia, marginalidad, pobreza, exclusión, avaricia, división y poder.
La corrupción afecta la institucionalidad del Estado en todas sus dimensiones, principalmente al pueblo porque con ella se asalta las arcas del Estado y por ende se limitan las respuestas sociales en salud, educación y justicia. Está vinculada al narcotráfico, al soborno, al tráfico de influencias y al enriquecimiento ilícito. Todo esto y mucho más, lo señala la Conferencia Episcopal de Ecuador, reunida en Quito en 1988, en su documento “Corrupción y Conciencia Cristiana”. No tengo la menor duda, que estos conceptos están vigentes en los países del mundo e inclusive en las iglesias.
En tal sentido, observamos los procesos judiciales que se siguen en muchos países, por malversación de fondos públicos, a presidentes, diputados, alcaldes, ministros de Estado, etc. Hay que reconocer, que los medios de comunicación han jugado un rol estelar en la denuncia de este hecho delictivo, así como las llamadas redes sociales, la página web de los “wikileaks”, que denuncia la falsas diplomacia de los EE.UU hacia los regímenes que adversan su política depredadora, al igual que a sus aliados.
En ese mal endémico, se encuentra inmersa la sociedad panameña hoy día, como producto de la mafiocracia que gobernó al país, en el período pasado. Se ha revelado lo que todos los panameños percibíamos y no nos atrevíamos a denunciar ante las autoridades competentes, porque no confiábamos en ella, y por temor al terrorismo de Estado que se había institucionalizado.
Los poderes del Estado estaban controlados por un megalómano, no había garantías constitucionales, implícitamente estaban suspendidas. Los que se atrevieron a hacerlo, sufrieron el terrorismo judicial por su osadía histórica; políticos, periodistas, sindicalistas, empresarios, etnias, productores, etc., no escapó de una u otra forma de la acción mafiosa y extorsionadora del Calígula que nos gobernaba.
El pueblo sabe que en las democracias liberales y burguesas, los gobiernos utilizan el poder público, para servirse, no para servir; es a través del poder público, que consolidan y mejoran sus bienes pecuniarios. Pero el gobierno de Martinelli y su “círculo cero,” rebasó la costumbre de este mal endémico, porque fomentó la “corrupción sistémica” en todo el aparato del Estado panameño.
Así las cosas, los trabajadores (as) consideramos que el virus de la corrupción ha mutado por efecto del neoliberalismo voraz que promueve la mercantilización de los derechos sociales como la educación, la salud, vivienda, agua, transporte, medio ambiente, es decir, convierte los servicios básico y sociales en mercancía, todo tiene precio y está a libre oferta y demanda en el mercado, con esta práctica los pobres no tienen opción, quedan excluidos del derecho a vivir, por ende las desigualdades se profundizan en los países.
Frente a este panorama, solo nos queda el reto histórico de luchar organizadamente contra las políticas del estado neoliberal para defender y consolidar los derechos de la gente, rescatar el funcionamiento eficaz del estado social de derecho, proteger el mercado interno, crear empleos decentes con salarios dignos, para disminuir las desigualdades y la pobreza. Luchar por construir una nueva cultura ética y solidaria, para acabar con el individualismo y él juega vivo instaurado con nuestra sociedad clasista, así como el esquema de consumismo capitalista. De lo contrario no habrá posibilidad de frenar el flagelo de la corrupción y haremos cierto lo que en una ocasión señalara el filósofo Immanuel Kant que, “Somos un leño torcido del cual no se puede sacar tablas rectas”.

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