Ensayo Poético “METEMPSICOSIS”
Moisés Pinzón Martínez
El universo puso a disposición de nosotros su alma y la más amplia gama de elementos para crear un sistema complejo e integral, en un minúsculo punto de su inmensa geografía. La Tierra, y los posibles homólogos desconocidos, es el más imbricado conjunto de fenómenos creados por la naturaleza. En el “sin tiempo”, este ensayo ha sido o es el intento número cinco, o el diez, o el cien mil. Seguramente algunos han tenido o tienen el mismo éxito o mayor que el nuestro; y probablemente algunos, o todos, en su fase final de entendimiento, se destruyeron porque sus grupos inteligentes no encontraron el equilibrio o porque les aterrizó impronto un cometa sin que hubieran colonizado el espacio aún.
En un lapso imperceptible, la raza humana ha dado categoría al experimento “sistema solar”. En ese tiempo vemos dos grandes fases: La del equilibrio natural y la de la búsqueda del equilibrio social. La primera fase se refiere a las leyes que determinan los eventos, como un gran laboratorio sin científicos; en donde los acontecimientos son casuales, dependiendo del tiempo de incidencia y de la acumulación de factores.
Cual meteorito que violentamente se estrella en un ecosistema y lo transforma radicalmente, el ser humano, al aprender el arte de la agricultura, drásticamente va cambiando y transformando las reglas a su manera y su necesidad. Surge un nuevo factor, que son las “leyes sociales”, que activan un nuevo proceso de ajustes estructurales en busca de un equilibrio social; en confrontación con sus propios gestores, y entre estas leyes y las leyes naturales. Siendo ésta la segunda fase determinada por la causalidad.
La infinitud del tiempo puede ser digerida, pero la del espacio no. Esta última se ha convertido en el único enigma que, según las tesis de Santo Tomás de Aquino, dan pie a la comprobación de la existencia de Dios.
Porque exista o porque no, la creencia en Él ha sido determinante en la cohesión de los grupos humanos; por lo que hoy vamos descubriendo los más escondidos misterios de la existencia. Pero las concepciones y las prácticas religiosas necesariamente tienen que transformarse como ha ocurrido en todas las épocas.
Dios es la naturaleza en equilibrio y la búsqueda del equilibrio es la búsqueda de Dios. Las iglesias que no reorienten sus métodos, conducta militante y adecuen sus planteamientos, desaparecerán. En los libros Sagrados de las principales religiones del mundo hay suficiente material para justificar este entendimiento; si es que no se están refiriendo a ello y no lo hemos percatado.
TENACIDAD
He vivido cuatrocientos treinta años
satisfecho de todos mis desaciertos;
nunca fue al revés,
una tras otra levanté
las banderas derrotadas.
Hace tan solo cien años,
cual Arcángel San Miguel,
sostuve feroz combate,
cuerpo a espíritu,
con el intolerante Lucifer.
Llegó después de una tarde
llena de victorias
con resbalosas frases:
-Tú has sido el gestor,
tú eres el que ha sacrificado,
ellos no hicieron.
¡Nunca nadie te ayudó!-
Indisponiendo a todo aquel
que me brindó sudor.
Meses pasaron,
envuelto en la turbulencia abstracta,
ensangrentadas las palabras,
frente al cadalso de la iniquidad,
agónico,
la sapiencia recorre desesperada
las neuronas por los años dormidas
en busca del recurso preciso que detenga
la descomposición de los desparramados sesos;
del punto y coma que interrumpa
la lluvia de adjetivos maldicientes;
del verbo seguro que sepulte
al depredador hambriento.
En defensa de la esperanza
presto despierta la memoria
que administra los tiempos
y desenvainan la húmeda espada:
Flexible reptil, venenosa escorpión,
bondadosa como árboles,
fulminante descarga eléctrica,
rápida con el pensamiento,
arma secreta que dispara
decenas de palabras por minuto.
La sapiencia extrañada, pregunta:
-¿Qué haré con este músculo
que es todo, de todos y nada a la vez?
¡Ha estado escondido tras los labios cerrados!-
Advierto el mensaje:
Abstraído en la soledad,
ensimismado en mis pensamientos,
sin compararlos, sin confrontarlos,
jamás derrotaré al rey de las tinieblas.
Y me confieso ante gente extraña,
en busca de nuevas comprensiones, de otros andares;
de la visión hiriente que remueva dogmas.
Uñas que se incrustan en la carne
desgarrando células muertas,
parásitos extraños;
agua oxigenada que “efervesce” la llaga expuesta,
costra que cicatriza y surge una nueva piel…
purificada.
Desde entonces,
me confieso todos los días;
desde entonces,
no dejo solos mis pensamientos,
hago que fluyan para que los reciban
oídos habidos de ser raíces.
Los doy, los regalo, los presto,
para que alimenten la maduración del presente
y las expectativas del futuro.
Los abono con tierra añeja mezclada por siglos,
fertiliza argumentos, siembra esperanzas.
Los riego con las aguas que brotan
de las ancestrales rocas,
para que florezca en tierras áridas
la sabiduría que sepulte
hipócritas sentimientos de falsas fortalezas.
Que prospere el camino de la verdad,
cosechando ideas renovadas.
Y desde entonces,
no ha vuelto a aparecer
la tenebrosa sombra.
Por cada día han sido diez,
los minutos en su andar intenso
se han multiplicado.
Cuando cumplí cuatrocientos años
sentí la necesidad de comunicarme con el mundo:
Les confieso este imbricado conjunto de conceptos,
hilvanados en fugas “bachianas”,
que danzan en silencio
con música de sueños.
Tratan de caudalosos ríos
que bajan de remotas montañas;
nexos que se bifurcan
y se vuelven a encontrar;
visión concatenada
que dilucidan los recodos,
en busca del incógnito trayecto…
Y la penitencia espero.
Para cambiarnos las cutarras
gastadas en tortuosos caminos,
empuñando firmes los machetes,
en busca de escondidos manantiales;
para dibujar una ruta a través
de contaminados ríos
donde navegamos, pescamos,
bebemos;
para despojarnos de trajes
que tergiversan palabras, razones,
sueños;
para dormir con la paz
del que ha puesto su huella
en inhóspitos rastrojos;
hace falta el hervor,
el deseo de abonar las semillas,
que aflore la nostalgia
de ver sus frutos madurar.
Que circule la piedad
que provoca la visión del llanto
de infantiles cuerpos disecados
que crecen con las puertas
hacia el horizonte
trancadas.
Hace falta mirar la sonrisa de un niño
a través de la gota que separa los colores
de gases perpetuos;
que se imponga el acertado argumento,
que la razón desplace
los designios del instinto.
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