El suicidio (inducido) del PT y de Dilma Rousseff

El Senado brasileño ha concluido hoy el proceso de impeachment (juicio político) que le abrió a Dilma Roussseff el 2 de diciembre pasado. Hoy queda confirmada la expulsión de Rousseff de la presidencia de Brasil. ¿Cómo se llega a este punto?
Escribe Decio Machado que “el fin de 13 años de gobiernos petistas (del PT brasileño) y de proyectos políticos que nunca superaron una tímida visión reformista, deja muchas lecciones para el progresismo latinoamericano. Que lo sepan leer o no eso ya es otra cosa, pero en todo caso hoy en Brasil terminó la política de conciliación de clases impulsada por el PT”.

El analista político recuerda que fue el Partido de los Trabajadores y la propia Rousseff los que entregaron siete ministerios al PMDB, el partido conservador que históricamente ha pactado con todos los sectores de la política brasileña y que ahora ha expulsado a la presidenta y controlará el país los próximos dos años.

El PMDB, anclado el poder pseudofeudal de los grandes estados brasileños, contó con la estupenda colaboración de la bancada conocida como Buey, Biblia y Bala (BBB), integrada por el Frente Parlamentario Agropecuario (ligado al agronegocio), el Frente Parlamentario Evangélico (de tinte netamente religioso/conservador) y el Frente Parlamentario de Seguridad Pública (defensores de la portación de armas y la mano dura). Una triada que el propio PT metió en la cama cuando Lula da Silva abrió la mano a los sectores evangélicos más reaccionarios o cuando Rousseff permitió que los oligopolios agroindustriales controlaran la política agrícola del país.

El PT, mientras se cocinaba el golpe de Estado parlamentario para sacar a su presidenta, estaba pactando alianzas políticas con la derecha del PMDB y de otros partidos conservadores para las próximas elecciones municipales en más de 1.000 puntos del país. Y ahora recoge las consecuencias de esa alianza así como de la durísima política de ajuste fiscal impuesta por los poderes transnacionales y por los grandes consorcios brasileños y que Dilma Rousseff asumió como suya a pesar del profundo recorte en los derechos ciudadanos que suponía.

El PT de Rousseff y de Lula fue el que echó mano del PMDB en sus distintas crisis. Primero fue Lula, que en 2005 y 2007. Después fue Rousseff, incorporándolos al gobierno.

La revista Piaui, en un magnífico perfil del partido del ahora presidente Michel Temer, recuerda que el PMDB “es el gran partido político brasileño. Tiene la mayor bancada de la Cámara, con 91 diputados, y tiene la mayoría del Senado, con 18senadores. Gobierna nueve estados, incluyendo Río de Janeiro, que concentran casi el 30 % del Producto Interno Bruto nacional. Controla 1.201 municipios, incluyendo seis capitales de estado, y tiene 3.500 concejales y 2 millones de miembros. Los seis ministerios ahora bajo su mando, sumados a los cargos estatales y a los fondos de pensiones bajo su control, administran unos 250 mil millones de reales por año”. El pequeño partido que fue cómplice de la dictadura militar en 1966 es ahora el gran árbitro de la política brasileña y el PT ayudó a que así fuera.

El pasado lunes, Dilma Rousseff, hizo durante su juicio político uno de sus mejores discursos, pero llegó tarde: la retórica democrática, el tono revolucionario y los ataques contra las “élites políticas y económicas” no coinciden con la práctica del gobierno del PT en los últimos años.

Las pruebas hacen evidente que se trata de un golpe de estado parlamentario pero quizá, como insiste Decio Machado, ahora amplios sectores de la sociedad “entiendan el impeachment como una mera pelea por el poder entre las élites de la muy desprestigiada casta política brasileña”.

El columnista Cesar Benjamín va más allá y recuerda que los gobiernos del PT “abandonaron el programa de reformas estructurales; descuidaron la expansión de los bienes y servicios de uso colectivo; no supieron coordinar y ejecutar las inversiones necesarias en infraestructura; prácticamente sólo crearon puestos de trabajo en sectores de baja productividad; asistieron, sin reaccionar, a la reprimarización de las exportaciones y a la desindustrialización del país (…). En lugar de abordar estas cuestiones difíciles – y decisivas – la política económica se ha centrado cada vez más en los dispositivos orientados a las demandas de corto plazo”.

El final de los gobiernos del PT confirma que el fin del ciclo progresista ha comenzado en América Latina y tendrá consecuencias significativas para el resto del continente. Los esfuerzos de integración en Unasur o en la CELAC están tocados de muerte y Mercosur vuelve a ser controlado por los sectores más conservadores con el giro político confirmado ahora en Brasil y antes en Argentina.

Sin embargo, las lecturas simplificadoras son peligrosas y la mitificación de Dilma Rousseff no hace ningún favor a los movimientos populares que resisten los embates del neodesarrollismo. La realidad, siempre, es más compleja que un titular o que una arenga.

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